martes, 24 de junio de 2008

Relato Zen

Sin Apegos ni Estupidez

Cuando el maestro Zen, Tung Shan, sintió que había llegado el momento de irse, hizo que le rapasen la cabeza, tomó un baño, se vistió con su túnica, hizo sonar la campana para despedirse de la comunidad y se sentó hasta que dejó de respirar. Todo indicaba que había muerto. Así que toda la apenada comunidad estalló en llantos, como si fueran niños pequeños que han perdido a su madre. De repente, el maestro abrió los ojos y dijo a los llorosos monjes: "se supone que nosotros, los monjes, no nos apegamos a las cosas transitorias. En esto consiste la auténtica vida espiritual.
Vivir es trabajar, morir es descansar. ¿Qué utilidad tiene quejarse y gemir?. Entonces, ordenó que se sirviera una comida "para purificar la estupidez" de la comunidad.
Finalizada la comida, les dijo: "¡Por favor, no hagáis tanto alboroto por mí! ¡Permaneced serenos como corresponde a la familia de monjes! Por lo general, cuando alguien está a punto de partir, el ruido y la conmoción no le sirven de nada".
De modo que volvió a su habitación y se sentó a meditar hasta el momento del desenlace.

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